Pasan los años, pasan los formatos, pasan los dispositivos. Pero a los chicos les siguen gustando los cuentos de hadas, de brujas, de monstruos. Y si son sagas, novelas en serie, de aquellas que llegan en entregas, mejor... porque la imaginación, con toda la magia intacta, está esperando, al acecho, lo que está por venir. Esa es la percepción que le han dado a Zulma Prina sus años de maestra de grado, de directora de la Academia Argentina de Literatura Infantil y Juvenil, de viajera que se ha metido en cuanto taller ha encontrado en el mapa, de escritora y de analista crítica de la producción y difusión de la narrativa dirigida a la franja de lectores niños y adolescentes. Desde esa mirada entrenada, Prina -que en el Mayo de las Letras ha presentado su libro “Roberto Arlt, una mirada social sobre su narrativa”- enfatiza, casi con fervor militante, que en el momento en que la literatura se convierte en “tarea para el hogar, o para el aula”, pierde su naturaleza.
- ¿Le quita a veces la escuela a la lectura el efecto placentero?
- Exactamente, eso de que hay que seguir con el programa, y una de las cosas que hace mucho que se vienen haciendo es que se les dan fotocopias a los chicos. O les dan el libro con los tutoriales al final, en los que ya está todo preparado. Entonces el chico dice: “otra vez”. Y la lectura se convierte para él en una obligación, un aburrimiento. Hay pocos docentes que aman esto, y lo hacen de otra manera: revuelven libros, leen en grupos, en ronda... es tan triste verlos sentados seis horas en fila, sin mirarse a los ojos más que en el recreo.
- ¿ Qué se necesita para escribir literatura infantil?
- Primero, tener dentro de uno un alma de niño; y que ese alma de niño aflore siempre. Y eso es algo que no sucede con el escritor de literatura para adultos. Yo a veces digo que hay que tener un ángel. No digo que sean los elegidos, sino que tengan esa integración especial con el niño.
- En la Argentina, los años 80 del siglo pasado marcan un antes y un después en la narrativa infanto juvenil. ¿Cómo lo explica?
- Fue un fenómeno maravilloso. Y creo que la ideología tuvo su parte, porque fue una reacción a períodos muy duros en toda América Latina, y derivó en la libertad de romper las estructuras, de sentirse libre. Y las editoriales respondieron, porque se dieron cuenta de que iba a resultar exitoso.
- Una clave en esa generación, Devetach, Mariño, Cabal, Ema Wolf, entre otros, es que ya no talla la moraleja...
- Exactamente, dejan de lado la ñoñería y la moraleja.
- ¿Cómo describiría usted el escenario actual en narrativa para estas franjas? Hay buenos autores...
- Hay varias aristas; primero, tienen que ver cómo, tal vez, superar a todos estos autores nuestros de la década de 1980, que han sido maravillosos; y creo que a partir de ahí estos buenos autores argentinos están trabajando. Hay varios que están muy preocupados por cómo llegar al niño, al adolescente. Siguen buscando una manera de llegar a través del lenguaje; están muy preocupados por conocer los códigos, por ver cómo interesarlos. Hay autoras como Cecilia Pisos; o Julia Chaktoura, que es del sur, y que trabaja mucho el tema de la tierra, de los mapuches. Tiene mucha llegada porque escribe con garra. Ahora, en general, por lo que veo en mis andanzas por talleres, observo que a los chicos les sigue llegando más la fantasía que lo que tiene anclaje con la “realidad”. Les sigue llegando lo imaginario, lo maravilloso, las hadas, las brujas, los monstruos. Los cuentos de hadas siguen perdurando, y los escritores que van por ese lado son bien recibidos. Pero el tema fundamental es la difusión. María Teresa Andruetto trabajó muchos años para instalarse. Los chicos le conocen el nombre, pero hay muchos cuyo nombre no suena tanto, y que merecen ser difundidos; y es lo que estamos haciendo desde la Academia de Literatura Infantil y Juvenil.
- En el Mayo de las Letras usted presentó un libro suyo sobre Roberto Arlt ¿Por qué prende tanto entre los jóvenes?
- Creo que sigue siendo vigente después de su muerte; porque a él lo criticaron mucho, decían que no sabía escribir, que tenía muchos errores. Lo que vemos, y que le hemos reconocido a él es la ruptura con la literatura formal; fue una ruptura muy importante, porque incorpora la oralidad en la escritura. Fue la irrupción del hablar común de la gente de clase media, y de los lugares bajos de Buenos Aires. Cuando uno lo lee, parece que los personajes tienen esa fuerza, esa violencia. Creo que eso es lo que les atrae a los chicos. En la Universidad, cuando les he presentado Arlt a los chicos -como al pasar, porque no se lo puede imponer- especialmente los varones, más que las mujeres, quedan enloquecidos.
- ¿ A qué lo atribuye?
- Creo que hay una identificación con los personajes que por lo general son varones. Además, este personaje, Silvio Astier, creo que Arlt es uno de los primeros que trata el tema de la homosexualidad. Y lo trata con un respeto y seriedad muy particular.
- ¿Dónde más hay ruptura en la obra de Arlt?
- La crítica muy seria a la clase media. El hecho de que habla con la gente del pueblo, de ese Buenos Aires de los años 20 y 30...
- Y es el perdedor, el antihéroe...
- Claro, es el antihéroe. Además, es la postura frente al futuro, la sensación de que no hay rescate, no hay esperanza. Y esa sensación no pierde actualidad.